ZONA DE TRANSGRESIÓN

Un espacio en el que opinar con total libertad, en ocasiones con cierta ironía, pero con respeto.

16 octubre, 2006

EL RUIDO DEL CERROJO DE LA CELDA


Seguimos viendo como la población reclusa del país aumenta cada año de manera alarmante. Si bien es cierto que de los casi 65.000 presos que se encuentran en las cárceles españolas, entorno al 27 por ciento son extranjeros, también es cierto que muchos de nuestros ciudadanos siguen teniendo que escuchar el ruido del cerrojo de su celda cada noche.
Para rebajar la intensidad de este drama, entiendo que hay que avanzar en dos líneas, complementarias a la vez: unas políticas penitenciarias más comprometidas con el verdadero fin de la pena, que no es otro que la reinserción, y unas políticas de prevención más acordes con la realidad social, menos cicateras.
Respecto a la primera línea de trabajo, el especialista en prisiones y política penitenciaria, Norman Bishop, propone algunas medidas:
La primera cuestión en la que debemos de esforzarnos más es en dejar de crear alarma social con este tema, porque no es cierto que cuando hay más presos en las cárceles aumenta la seguridad en las calles. Es más, algunos países escandinavos han puesto en marcha políticas que apuestan más decididamente por la reinserción social y no ha aumentado su índice de inseguridad ciudadana.
La segunda propuesta gira entorno a las multas. Para delitos poco graves, multas que perjudiquen al bolsillo; así, aumentan los ingresos públicos y disminuyen los gastos que generan la población reclusa. Es una medida mucho más disuasoria que las que tenemos.
Otra posible medida es la de establecer contratos, que también serían de aplicación sólo en determinados tipo de delitos, y mediante los cuales se le sustituye la pena carcelaria por unos compromisos a conseguir; con el agravante de que si el condenado reincide, entonces tiene que cumplir también la primera condena.
Y, por último, para los que tienen que estar privados de libertad, y su situación es propicia, planes activos para mejorar las posibilidades de reinserción, con una oferta de trabajo adecuada, por la que puedan percibir un salario con el que puedan ser más autónomos y con el que puedan reparar en parte los daños sociales ocasionados.
Por lo que a las políticas de prevención se refiere, primero hay que dedicar más inversiones a buenas políticas sociales que subrayen la dignidad de la persona, para que consiga explotar toda su potencialidad como individuo y que evite por todos los medios la indignidad de depender de otros, o para que evite la tragedia de verse privado de libertad.
La segunda cuestión que evitaría en mayor medida estos dramas es la educación y la formación de la ciudadanía. Educación adecuada para que cada cual llegue a interiorizar un código de conducta que le lleve a buscar otras alternativas antes de delinquir, y formación adecuada para conseguir la autonomía personal necesaria que no les obligue a arruinar sus vidas y la de los suyos.
Es por esto que tenemos que replantearnos la política educativa que se está llevando a cabo desde los despachos con moqueta y aire acondicionado. No podemos seguir permitiendo que nuestros responsables en materia educativa no tomen ninguna decisión en este sentido, a pesar de que los índices de abandono y fracaso escolar son alarmantes. Pues, increíblemente, seguimos curso tras curso, y ya hemos perdido la cuenta de cuantos van, con los mismos personajes tomando decisiones, con la misma política educativa, aumentando el fracaso y aumentando las restricciones en los centros educativos.
Este personaje casposo, el de la moqueta y el aire acondicionado, rodeado de lumbreras que siempre dicen sí, nos pide que sea el centro educativo, adaptado a su realidad, a su alumnado, a los cambios que la propia dinámica educativa genera cada día, el que adopte las medidas necesarias para mejorar los resultados y disminuir el fracaso. Y luego, con el mayor de los cinismos, nos imponen una política de personal asfixiante, como nunca se había sufrido; unas dotaciones presupuestarias de subsistencia; con las bibliotecas de los centros cerradas por falta de personal que las atiendan y los centros educativos a medio utilizar aunque el alumnado esté toda la tarde en la calle, y vuelva, con suerte, al día siguiente al aula sin repasar, sin estudiar, sin hacer los deberes, sin desayunar, sin que nadie se preocupe de ellos.
Éstos, que no tienen a sus padres sobre la moqueta y con el aire acondicionado, también oirán el ruido del cerrojo de la celda, me temo. Lo indignante es que si fueran hijos del personaje casposo, egoísta, éste ya hubiera buscado alguna solución; pero a él, a punto de jubilarse y con el complemento consolidado en su nómina, no le quita el sueño el futuro de éstos, porque el futuro de los suyos está a un paso de la moqueta.
Sólo podemos transgredir más, mucho más.