LA CREDIBILIDAD PERDIDA
Como consecuencia del debate político que se está manteniendo, nos encontramos con que hay tres instancias en las que la credibilidad empieza a escasear. Éstas son: las instituciones, los líderes que las gobiernan o aspiran a gobernarlas y los medios de comunicación de masas.
La política espectáculo que nos invade ha posibilitado que se trate de igual forma un asunto de Estado que un comentario jocoso en la barra del bar, y da igual que se haga en una tertulia radiofónica, televisiva o en la misma sede de las instituciones. Se ha perdido tanto la compostura que ya quedan pocos que enrojezcan ante la falta de precisión en el leguaje. Es más, se expresan mal, o ambiguamente, a propósito, para no ser acusados de mentir, pero negándose a expresarse con rigor para evitar dar la razón al adversario.
Este asunto, que debiera ser motivo de pérdida de confianza para quien lo usa, se ha convertido en la única arma dialéctica para convencer en el debate, por ejemplo, llaman “x” a un hecho objetivo que queda mejor definido, y más comprensible, si lo llamasen “y”. Con todo, las instituciones se debilitan, y lo que allí pase carece de importancia para la opinión pública, a la que se deben.
Ello sólo tiene dos explicaciones: confunden a propósito porque tienen mucho que esconder y/o su nivel es tan bajo que las intervenciones se traen preparadas de antemano, incorrecciones ligüísticas incluidas, para proclamarlas con independencia de los argumentos del contrario.
Lo líderes políticos son los que practican este “modus operandi”, que se adereza con acusaciones mutuas de faltar a la verdad, cuando no de mentir. Ello se traslada a la sociedad, que empieza de ver a los políticos como un sector poco creíble, dado al exceso verbal, poco preciso y escaso de argumentos. Así, lo mismo que se da la descalificación entre los políticos, se da la descalificación de la ciudadanía hacia los políticos, por eso la pérdida de credibilidad en el discurso de los líderes.
En tercer lugar, seguimos constatando como los medios de comunicación tampoco son creíbles. Pertenecientes a grandes empresas de comunicación mundiales, con otros intereses más importantes que la información objetiva, se meten en las casas de cada uno contratando a los mercenarios de la comunicación.
En este país nos podemos encontrar, aproximadamente, a una cincuentena de contertulios, de analistas políticos, de editorialistas, que se encargan de publicar la opinión que al medio en el que trabajan le interesa. Y no le interesa por la información objetiva y el análisis riguroso en sí, sino que le interesa para otros fines, siendo la información y la opinión un medio para conseguirlos.
El caso del juicio sobre los atentados del 11-M es paradigmático de la tesis que mantengo, y lo publicado hoy es un buen reflejo de ello. Mientras el diario El Mundo continúa abonando sus hipótesis conspirativas, el resto de los diarios ( ABC, 20minutos, La Vanguardia, El Periódico, La Razón ) coinciden en el análisis de lo visto ayer en el juicio y la valoración que se deriva de ello es contundente: los dirigentes del Partido Popular mintieron descarada e intencionadamente aquellos días de marzo de 2004.
Cada vez queda menos para la sentencia, que puede ser recurrida, para conocer mejor la verdad, y para que determinados letrados comiencen a explicar su comportamiento. Luego habrá que pedir explicaciones también a unos cuantos dirigentes de asociaciones que se han presentado en el juicio como acusación y que se comportan como defensa de los imputados, hasta el punto de que el juez ha tenido que advertir a sus abogados en varias ocasiones. Por eso, es probable que esos dirigentes de asociaciones tengan que explicar si están utilizando a las víctimas y su dolor para servir a otros intereses que no sea el de su bienestar. Después, la sociedad les devolverá la credibilidad y la consideración que no debieron perder al ponerlas en manos sospechosas.
La política espectáculo que nos invade ha posibilitado que se trate de igual forma un asunto de Estado que un comentario jocoso en la barra del bar, y da igual que se haga en una tertulia radiofónica, televisiva o en la misma sede de las instituciones. Se ha perdido tanto la compostura que ya quedan pocos que enrojezcan ante la falta de precisión en el leguaje. Es más, se expresan mal, o ambiguamente, a propósito, para no ser acusados de mentir, pero negándose a expresarse con rigor para evitar dar la razón al adversario.
Este asunto, que debiera ser motivo de pérdida de confianza para quien lo usa, se ha convertido en la única arma dialéctica para convencer en el debate, por ejemplo, llaman “x” a un hecho objetivo que queda mejor definido, y más comprensible, si lo llamasen “y”. Con todo, las instituciones se debilitan, y lo que allí pase carece de importancia para la opinión pública, a la que se deben.
Ello sólo tiene dos explicaciones: confunden a propósito porque tienen mucho que esconder y/o su nivel es tan bajo que las intervenciones se traen preparadas de antemano, incorrecciones ligüísticas incluidas, para proclamarlas con independencia de los argumentos del contrario.
Lo líderes políticos son los que practican este “modus operandi”, que se adereza con acusaciones mutuas de faltar a la verdad, cuando no de mentir. Ello se traslada a la sociedad, que empieza de ver a los políticos como un sector poco creíble, dado al exceso verbal, poco preciso y escaso de argumentos. Así, lo mismo que se da la descalificación entre los políticos, se da la descalificación de la ciudadanía hacia los políticos, por eso la pérdida de credibilidad en el discurso de los líderes.
En tercer lugar, seguimos constatando como los medios de comunicación tampoco son creíbles. Pertenecientes a grandes empresas de comunicación mundiales, con otros intereses más importantes que la información objetiva, se meten en las casas de cada uno contratando a los mercenarios de la comunicación.
En este país nos podemos encontrar, aproximadamente, a una cincuentena de contertulios, de analistas políticos, de editorialistas, que se encargan de publicar la opinión que al medio en el que trabajan le interesa. Y no le interesa por la información objetiva y el análisis riguroso en sí, sino que le interesa para otros fines, siendo la información y la opinión un medio para conseguirlos.
El caso del juicio sobre los atentados del 11-M es paradigmático de la tesis que mantengo, y lo publicado hoy es un buen reflejo de ello. Mientras el diario El Mundo continúa abonando sus hipótesis conspirativas, el resto de los diarios ( ABC, 20minutos, La Vanguardia, El Periódico, La Razón ) coinciden en el análisis de lo visto ayer en el juicio y la valoración que se deriva de ello es contundente: los dirigentes del Partido Popular mintieron descarada e intencionadamente aquellos días de marzo de 2004.
Cada vez queda menos para la sentencia, que puede ser recurrida, para conocer mejor la verdad, y para que determinados letrados comiencen a explicar su comportamiento. Luego habrá que pedir explicaciones también a unos cuantos dirigentes de asociaciones que se han presentado en el juicio como acusación y que se comportan como defensa de los imputados, hasta el punto de que el juez ha tenido que advertir a sus abogados en varias ocasiones. Por eso, es probable que esos dirigentes de asociaciones tengan que explicar si están utilizando a las víctimas y su dolor para servir a otros intereses que no sea el de su bienestar. Después, la sociedad les devolverá la credibilidad y la consideración que no debieron perder al ponerlas en manos sospechosas.
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