EL ARTE DE ENGAÑAR
Si existe un paradigma, ése es EEUU; un buen sector social quiere ser como él, en todas sus facetas: como viste, baila, come, la interpretación que tiene de las cosas, con qué criterios las analiza, el vocabulario que utiliza para comunicarse, etc., etc., etc. Y si por mucho que se esfuerzan, jamás llegarán a ser igual, la siguiente aspiración es estar siempre con él, salir en la foto con él, escalar en la lista de los que más se parecen a él.
Pero como cualquier modelo, tiene su lado oscuro, decepcionante, y cuando lo descubren, después de todo el esfuerzo que han hecho por imitarlo, por mimetizarse con él, sólo tienen dos posibilidades: o reniegan de él para siempre por sentirse engañado, o se esfuerzan por justificarlo dogmáticamente.
El sector de nuestra sociedad que más aspira a que este país ingrese en el club de los que comparten el paradigma, ha tenido a sus representantes controlando el poder ejecutivo y legislativo del Estado durante ocho años. Con anterioridad, como es normal en una democracia, estaban en la oposición. Durante ese período de oposición hubo dos asuntos con los que insistentemente intentaban conseguir que el gobierno fuera desbancado del poder, éstos fueron la corrupción y la lucha contra el terrorismo.
Respecto al primer caballo de batalla, la corrupción, nos deprime comprobar qué poco han cambiado las cosas, ahora todos se acusan entre sí de corruptos: desde el famoso tres por ciento pronunciado en catalán, hasta los “pelotazos” urbanísticos “perfectamente legales” porque son beneficios que ofrece el mercado, pasando por el inacabable listado de delitos y corruptelas que cada día cometen entorno al cemento.
En ese contexto, nos encontramos con que el abnegado aspirante, y en aquel momento opositor, se deja la vida en justificar las ilegalidades de los suyos, al mismo tiempo que contraataca aireando las que cometen los de enfrente. Pero, aún siendo esto lamentable, no es lo peor, puesto que tenemos la sensación de que muchas de las barbaridades delictivas que ambos cometen salen ahora a la luz pública porque se acercan elecciones municipales y autonómicas. Todo menos la más mínima autocrítica, ni la menor insinuación de que hay socios del club paradigmático que también son corruptos.
En lo que a la segunda cuestión se refiere, la lucha contra el terrorismo, qué vamos a contar. Llevamos varios años que no se habla de otra cosa, tanto en este país como a nivel internacional. Aquí, cada día, se le echa en cara al actual gobierno lo mal que lo hace en este aspecto, apoyando tales acusaciones en hipótesis que nunca llegan a demostrarse o en hechos ocurridos hace más de diez años, demostrados y juzgados ya.
Hacer esta crítica tan poco consistente con la magnitud que tiene, por hacerse en las instituciones del Estado y por tratarse de un tema tan delicado como el terrorismo, y hecha por quienes han sido gobierno y aspiran a volver a serlo, parece de una imprudencia y de una ligereza impropia de quienes dicen tener ese sentido de Estado que les faculta para volver a gobernar.
Pero si ya este arriesgado y perfecto maquiavelismo, en el que todo vale para alcanzar el objetivo de estar en el poder, resulta evidente, el patético y deplorable espectáculo de la mentira lo es mucho más. Ese paradigmático club al que aspiran pertenecer dice luchar contra el terrorismo con un modo de proceder tan poco respetuoso con la elemental dignidad del ser humano, tan poco respetuoso con los irrenunciables derechos humanos, que aquellos deplorables actos cometidos en este país hace diez años parecen insignificantes si los comparamos con éstos; si no fuera, claro está, por ser un drama de lo que estamos hablando.
Pero una vez más, el aspirante justifica. Pretende engañar a la ciudadanía cuando en su desesperada defensa del modelo utiliza conceptos a los que ninguno renunciamos: libertad, justicia, seguridad, progreso, soberanía, etc.
En esto radica el más vergonzante patetismo de esta clase de políticos, en intentar engañarnos alegando que las corruptelas de los suyos son “justos beneficios del mercado”, mientras que las de los demás son ilegalidades que deben ser llevadas ante los tribunales de justicia, y son más patéticos aún cuando le arrojan al rival sus ilegalidades en la lucha contra el terrorismo al mismo tiempo que justifican las atrocidades cometidas por el paradigma.
El arte de engañar se convierte así en el boomerang que les acabará golpeando duramente.
Pero como cualquier modelo, tiene su lado oscuro, decepcionante, y cuando lo descubren, después de todo el esfuerzo que han hecho por imitarlo, por mimetizarse con él, sólo tienen dos posibilidades: o reniegan de él para siempre por sentirse engañado, o se esfuerzan por justificarlo dogmáticamente.
El sector de nuestra sociedad que más aspira a que este país ingrese en el club de los que comparten el paradigma, ha tenido a sus representantes controlando el poder ejecutivo y legislativo del Estado durante ocho años. Con anterioridad, como es normal en una democracia, estaban en la oposición. Durante ese período de oposición hubo dos asuntos con los que insistentemente intentaban conseguir que el gobierno fuera desbancado del poder, éstos fueron la corrupción y la lucha contra el terrorismo.
Respecto al primer caballo de batalla, la corrupción, nos deprime comprobar qué poco han cambiado las cosas, ahora todos se acusan entre sí de corruptos: desde el famoso tres por ciento pronunciado en catalán, hasta los “pelotazos” urbanísticos “perfectamente legales” porque son beneficios que ofrece el mercado, pasando por el inacabable listado de delitos y corruptelas que cada día cometen entorno al cemento.
En ese contexto, nos encontramos con que el abnegado aspirante, y en aquel momento opositor, se deja la vida en justificar las ilegalidades de los suyos, al mismo tiempo que contraataca aireando las que cometen los de enfrente. Pero, aún siendo esto lamentable, no es lo peor, puesto que tenemos la sensación de que muchas de las barbaridades delictivas que ambos cometen salen ahora a la luz pública porque se acercan elecciones municipales y autonómicas. Todo menos la más mínima autocrítica, ni la menor insinuación de que hay socios del club paradigmático que también son corruptos.
En lo que a la segunda cuestión se refiere, la lucha contra el terrorismo, qué vamos a contar. Llevamos varios años que no se habla de otra cosa, tanto en este país como a nivel internacional. Aquí, cada día, se le echa en cara al actual gobierno lo mal que lo hace en este aspecto, apoyando tales acusaciones en hipótesis que nunca llegan a demostrarse o en hechos ocurridos hace más de diez años, demostrados y juzgados ya.
Hacer esta crítica tan poco consistente con la magnitud que tiene, por hacerse en las instituciones del Estado y por tratarse de un tema tan delicado como el terrorismo, y hecha por quienes han sido gobierno y aspiran a volver a serlo, parece de una imprudencia y de una ligereza impropia de quienes dicen tener ese sentido de Estado que les faculta para volver a gobernar.
Pero si ya este arriesgado y perfecto maquiavelismo, en el que todo vale para alcanzar el objetivo de estar en el poder, resulta evidente, el patético y deplorable espectáculo de la mentira lo es mucho más. Ese paradigmático club al que aspiran pertenecer dice luchar contra el terrorismo con un modo de proceder tan poco respetuoso con la elemental dignidad del ser humano, tan poco respetuoso con los irrenunciables derechos humanos, que aquellos deplorables actos cometidos en este país hace diez años parecen insignificantes si los comparamos con éstos; si no fuera, claro está, por ser un drama de lo que estamos hablando.
Pero una vez más, el aspirante justifica. Pretende engañar a la ciudadanía cuando en su desesperada defensa del modelo utiliza conceptos a los que ninguno renunciamos: libertad, justicia, seguridad, progreso, soberanía, etc.
En esto radica el más vergonzante patetismo de esta clase de políticos, en intentar engañarnos alegando que las corruptelas de los suyos son “justos beneficios del mercado”, mientras que las de los demás son ilegalidades que deben ser llevadas ante los tribunales de justicia, y son más patéticos aún cuando le arrojan al rival sus ilegalidades en la lucha contra el terrorismo al mismo tiempo que justifican las atrocidades cometidas por el paradigma.
El arte de engañar se convierte así en el boomerang que les acabará golpeando duramente.
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