ZONA DE TRANSGRESIÓN

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20 octubre, 2006

LA OTRA EDUCACIÓN


La activista camboyana afincada en París, Somaly Man, presidenta de AFESIP (Acción por las Mujeres en Situación Precaria, en sus siglas en francés), una O.N.G. creada para paliar el sufrimiento de muchas menores, sigue con la gira en la que presenta su libro “El silencio de la inocencia”, en él relata su experiencia vital y la de otras menores que han corrido su misma mala suerte. Comenta que decidió escribirlo para dejar testimonio de lo que le tocó vivir, puesto que estaba recibiendo amenazas de muerte, debido a su lucha contra la prostitución infantil.
En Camboya, que en los años sesenta fue la Suiza de Indochina hasta que lo destrozaron, suele ser normal que una familia venda a su hija como esclava del hogar, o como esclava sexual, cuando éstas tienen unos ocho años. Somaly, que en 1998 recibió el Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional junto a otras mujeres como Emma Bonino o Rigoberta Menchú, lo relata en su libro y narra como un proxeneta se encuentra con una madre cuya hija le va a comprar; la niña llora amargamente porque no quiere despegarse de los brazos de la madre pero ésta le da un bofetón y la hace caer al suelo; luego, desesperadamente, la niña se agarra al tobillo de la madre mientras el comprador le da el dinero antes de despegarla definitivamente. Así, la madre se vuelve a su casa, con unos dólares en el bolsillo, sin volver la vista atrás ni un solo instante, siendo consciente de cual es el futuro que le espera a su hija.
Y el futuro no es otro que los prostíbulos en los suburbios de Phnom Penh, donde se calcula que hay unos ocho mil menores obligados a prostituirse en la industria del sexo y veintiocho mil esclavos domésticos. A muchas de estas niñas se les suele ver enjauladas fuera del prostíbulo cuando sus dueños estiman que se han portado mal. Es, por ejemplo, el caso de Sok Ly, de doce años, a quien se encontró enjaulada en un prostíbulo de su propia familia.
A ella, siguiendo la tradición, no le queda más remedio que cambiar de nombre porque es imposible que a esta edad se puedan sufrir tantas adversidades. Así, espera que dejando de ser Sok Ly su vida cambie radicalmente, hecho al que se suelen agarrar quienes ya están desesperados por las enfermedades, las desgracias y la mala vida que les hacen tener.
Somaly, madre de tres hijos, educada, guapa, enérgica, dura y occidentalizada hoy, que pasó por todo esto pero se rebeló y resistió entonces, explica que es muy difícil y muy lento cambiar estos hechos, porque la pobreza y la mala educación pesan mucho. Y cuenta que en muchos casos son las propias madres quienes toman la iniciativa para vender a sus hijas, lo que no deja de ser una realidad tremendamente alarmante.
Si analizamos la explicación de Somaly, y todo apunta a que es la única explicación aceptable, nos damos cuenta que los efectos de esta horrorosa educación son superiores a los instintos maternales. No nos imaginamos a ningún otro ser vivo entregando su cría a los depredadores para salvarse ella, sabiendo el destino que tendrá. Sin embargo, algunos humanos, sí lo hacen porque es la educación que han recibido.
La conclusión es evidente. Como dijo Kant, “tan sólo por la educación puede el hombre llegar a ser hombre. El hombre no es más que lo que la educación hace de él”. De modo que, cuando educamos mal, como es el caso, obtenemos unos resultados sociales deplorables; y si educáramos mejor, tendríamos unos comportamientos sociales bien diferentes a los que sufrimos. Sin más.