MISIÓN DESASTROSA

Además de lo dicho, hoy se ha conocido que el número de bajas en el ejército norteamericano asciende ya a 2.978, desde el comienzo de la guerra en marzo de 2003, superando así en cinco personas a las víctimas ocasionadas por los atentados terroristas en septiembre de 2001 contra Nueva York, Washington y Pensilvania, que dejaron 2.973 personas muertas.
Junto a ello, hay que señalar que ha habido más de 20.000 heridos en la guerra, sin contar las bajas en los otros ejércitos. Mención aparte hay que hacer de las bajas iraquíes, que son desorbitadas y los exiliados, próximos a los dos millones de personas.
Todos sabemos cómo se inició esta desastrosa misión, sobre qué bases se apoyó, qué antecedentes hubo y qué relaciones tenía “el mundo occidental” con Sadam Houssein y con el propio Bin Laden, pero nadie sabe cómo y cuando acabará este disparate y esta nefasta forma de hacer política.
El reconocimiento del Presidente Bush de que “no estamos ganado la guerra”, junto a las noticias que llegan de Irak, a pesar de la opacidad impuesta sobre estos temas, afirmando que la propaganda política de Al Qaeda asegura a sus seguidores, que ya forman parte del tejido social del Oeste de Irak, que han creado el Emirato Islámico en la provincia de Al Anbar, no hace más que elevar la preocupación por el futuro en Oriente Medio y Próximo.
Una vez que los sunís fueron apartados del poder en ese país, reemplazados por un gobierno mayoritariamente chií, todos los informes de los propios norteamericanos aseguran que Al Qaeda ha sustituido a los sunís en toda la región del oeste, feudo tradicional de Sadam. Si a ello le unimos la gran cantidad de dinero que manejan los insurgentes sunís, que llega como donativos procedente de Arabia Saudí, para financiar a las organizaciones que forman ese Emirato Islámico y la compra de diverso armamento en los mercados negros, parece que es inevitable una guerra civil abierta entre las dos comunidades religiosas; sobre todo, teniendo en cuenta que la realidad en esas ciudades del oeste es que el ejército norteamericano y el iraquí no controlan más espacio que el de sus propias bases, mientras que los insurgentes imponen su ley en las calles.
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